El Espíritu Santo más que una doctrina, es una persona; igual en honor, poder y majestad al Padre y al Hijo. Su presencia en el creyente es una realiad a menudo no apreciada y valorada lo suficiente. Este desprecio, desdén o desinterés es tan peligroso para el creyente, que puede causar problemas inmensos y reales en sus vidas, afectándolas en grado tal, que aún la certeza de su salvación se ponga en duda.